Empezaré por decirte que siempre fuiste perfecta. Tu olor a chetitos. Tus gruñidos. Tu cariño incondicional. Tus eufóricas fiestas cuando regresaba a casa.
Fuiste y serás perfecta siempre, aun cuando tu cuerpo se estaba deteriorando y ya no eras tú. Siempre lo serás en mi corazón y en mi mente.
Recuerdo ese viernes soleado de marzo de 2005 cuando, de apenas tres meses, te recibí en mis brazos y supimos que seríamos grandes amigas.
Esos ojitos llenos de vida, ¡cómo olvidarlos!
Entraste a casa, la hiciste tuya desde el momento en que entraste. Tenías un temple inaudito, nada nunca te era imposible. Si querías subir a la cama: te subías. Si se te había antojado algo: abrías el refri. No existían imposibles para ti.
Me enoja pensarte en pasado porque tú debías ser eterna. Ese amor debía serlo. Esa compañía no podía acabarse tan rápido. La mitad de mi vida fue la tuya.
Se dicen fácil 15 años, pero sabes… es un tiempo enorme. Yo siendo una adolescente con mucha inseguridad y problemas bobos, como suelen a esa edad, te los contaba y siempre reconfortabas mi corazón con un lengüetazo.
Me viste llorar amores, reír a carcajadas, caer enferma, trabajar hasta altas horas de la noche y bajo estrés. En todo momento tú siempre me acompañaste.
Lany… me alegra saber que la vida te dio la oportunidad de morir en casa, rodeada de quienes te amamos. Agradezco que me hayas esperado para despedirnos y que, en tu último momento de lucidez, te levantarás y verte andar merodeando por los rincones de tu hogar antes de fallecer y ser una con el Universo.
Aún no puedo creer que ya no te veré, que ya tengo tus cenizas en casa y que ya no estarás para darte esas caricias de panza, pata y corazón.
Celebro tu vida. Celebro haber coincidido. Celebro habernos amado.
Te amo, querida Lany. Siempre te amaré, mi chiquita gruñona.